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- La señal (cue) es el detonante o disparador que le dice al cerebro que entre en modo automático y cuál rutina utilizar.
- La rutina (routine) es el comportamiento físico, mental o emocional que le sigue a la señal.
- La recompensa (reward) es un estímulo que le dice al cerebro que la rutina ha funcionado y que por eso debe volver a utilizarse.
Nos cuenta el autor que los hábitos, una vez formados, no desaparecen nunca, y que la única manera de quitarnos un hábito es cambiándolo, no eliminándolo. De hecho, recomienda el autor cambiar solo la rutina, manteniendo la señal y la recompensa:
Un detalle interesantísimo es que los ratones típicos de laboratorio que tienen un subidón de endorfinas cuando reciben una recompensa al llegar al final de un laberinto, con el tiempo, tienen el subidón antes, solo con imaginárselo, con lo cual se desarrollan las adicciones y el deseo de completar el ciclo del hábito. Es neurológico.
Esta primera parte, de los hábitos individuales, me parece interesante, instructiva y útil.
Luego, el autor empieza a extrapolar esto a dos entornos más amplios: la empresa, en la parte II, y la sociedad, en la parte III. Y aquí es donde entramos en el principal problema del libro (un problema al que culpo directamente a Malcom Gladwell): el porlospelismo. Al igual que a una persona con un martillo todo tiende a parecerle clavos, a un autor de bestseller de autoayuda todo tiene a parecerle un ejemplo perfecto de su metáfora. Pero claro, llegamos a extremos absurdos cuando hacia el final del libro nos cuenta que la reacción del pueblo de Montgomery, Alabama, cuando encerraron a Rosa Parks, fue un hábito: el de ayudar a nuestros amigos. No puedes hablar primero de la química cerebral y de la señal, rutina y recompensa y luego lanzar la palabra hábito tan alegremente para atribuírselo a algo como "ayudar a tus amigos". Ayudar a tus amigos es una necesidad, una costumbre, un modo de vida, un imperativo ético, pero no un hábito en el sentido en que llevas describiéndolo todo el libro.
En las partes II y III el autor lanza alegremente a su alrededor la palabra hábito, a cualquier cosa que se mueva. ¿La empresa Alcoa mejora sus medidas de seguridad y gracias a ello establece una política de comunicación que mejora todas las cadenas de información internas? Hábito. ¿La canción Hey-ya no gusta al principio y las cadenas de radio la repiten hasta la extenuación, siempre metida entre dos canciones famosas y que gustan? Hábito. ¿Un entrenador de fútbol americano enseña a sus jugadores a identificar rápidamente el tipo de jugada que se va a producir mirando solo a unas pocas pistas de la colocación del equipo contrario? Hábito. ¿Un oficial del ejército usamericano descubre que si quita los carritos de kebabs de las plazas la gente se va antes a casa y le montan menos pollos en las manifas? Hábito. (¿?¿?¿?)
Por separado, las historias que cuenta el autor son todas interesantísimas, eso sí. Cómo Target, por ejemplo, encontró la manera de predecir por las compras de una clienta si estaba embarazada, y mandó cupones a una niña de 15 años, cuyo padre protestó enérgicamente antes de saber él mismo que la niña estaba embarazada. Nos cuenta cómo Starbucks hace curso tras curso para sus empleados sobre cómo afrontar clientes hijos de puta, para que cuando aparezca uno no sea una novedad (el autor, por supuesto, lo interpreta como que le están creando hábitos a los empleados, contradiciendo todas las definiciones de hábito que ha dado previamente).
Así que como libro de historias muy interesantes, vale. Pero hay que recordar que tras cada historia, el autor intentará encajarla a martillazos en su concepto de "hábito", encaje o no. Esas partes nos las podemos saltar.