El libro está estupendo. Laura Fermi [LF], que tras este libro escribió muchos más (le debió de gustar la experiencia), relata en la primera parte cómo conoció a Fermi, cómo éste se abrió camino en el mundo de la Universidad italiana (chanchullos, politiqueos, odios personales y muchos cerebros privilegiados) y cómo se realizaron las investigaciones que le dieron el Nobel. Hay anécdotas estupendas, como la del radón. En las primeras pruebas, Fermi y su equipo irradiaban materiales con un compuesto gaseoso de radón, que sólo era radiactivo durante un minuto o así. La sala donde se hacía el radón y la sala donde se irradiaban las muestras estaban separadas por un largo pasillo. Durante los experimentos era habitual ver a Fermi y a su equipo corriendo como posesos de un extremo a otro del pasillo con el radón entre las manos, cronometrándose de paso y presumiendo entre ellos de quién era el más rápiso. Fermi, competitivo en todo, era siempre de los más rápidos, a pesar de que les sacaba bastantes años a los colaboradores más jóvenes. Cuenta LF que un caballero muy distinguido, catedrático, fue a visitar a Fermi, y tuvo que presenciar unas cuantas carreras de todo el equipo por el pasillo, mientras le decían al vuelo que enseguida estaban con él.
En la segunda parte del libro, tras ganar el Nobel, y con el fascismo de Mussolini en auge en Italia, la familia emigró a los EE.UU. (aprovechando precisamente el viaje a Suecia para no volver a Italia), donde primero en Chicago y luego en Nuevo México Fermi continuó con las investigaciones que llevarían a la fabricación de la bomba atómica. Se narra la vida del día a día en Los Álamos (llamado “el complejo Y” o, simplemente, “el apartado de correos 1663″. Los niños que nacían en Los Álamos figuraban como nacidos en un apartado de correos, según Laura Fermi). La acumulación de tantas mentes brillantes y excéntricas en un pueblecito en medio de la nada tenía que traer muchas anécdotas graciosas, y Laura nos regala unas cuantas. Entre ellas, una de las más grandes: cómo Fermi averiguó usando un poco de confetti la potencia de la primera bomba atómica. Pero LF lo cuenta de una manera muy peculiar: Fermi le contó, tiempo después de la explosión en el desierto de Alamogordo, que la luz de la explosión había sido muy intensa. –Y el sonido también, ¿no? Todos con los que hablé me dijeron que era un ruido atronador y que se hacía eterno– dijo ella. –Ah, ni idea. No me di cuenta de que hiciera ruido. Andaba ocupado calculando la potencia de la bomba con unos papelitos que me había llevado y no me fijé en que hiciera ruido–. Aquí Fermi ganó muchos puntos para alcanzar el estatus de “profesor despistado”.
En los libros de Feynman ocurre lo mismo que en éste. Siempre, en los libros de los que ayudaron a crear la Era Atómica, hay una sección en la que se reflexiona sobre si estuvo bien o no investigar para fabricar la bomba. Laura Fermi justifica esta investigación porque se sabía que los alemanes habían conseguido inducir la fisión del Uranio, por lo que si los EE.UU. no fabricaban la bomba, los Nazis terminarían por hacerlo primero y eso sí habrá sido el desastre total. En esto, todos los libros que he leído están de acuerdo. Había que conseguirlo antes que los alemanes. Sobre si convenía lanzarla sobre la población civil o sobre un objetivo exclusivamente militar hay siempre más opiniones. LF no opina, sólo cuenta qué opinaban los demás.
En fin, estimados lectores, que el libro merece la pena. La versión en inglés es mucho más fácil de encontrar. Es una lectura amena y que en ocasiones proporciona buenos puntos de vista sobre el día a día de un físico de los grandes. Mi nota: Muy recomendable. Lean también la crítica que Omalaled hace del libro.
PD: No conozco Chicago, pero si algún día paso por allí, lo primero que haré será seguir los pasos del prólogo (o pórtico, como aquí lo llaman) del libro:
En los terrenos de la Universidad de Chicago existe una vieja y ruinosa estructura, imitación de castillo medieval, con torres y almenajes. Pero sólo es una a modo de pantalla que oculta las graderías occidentales de un estadio de fútbol, en desuso. Sus paredes de estuco están cubiertas por gruesa capa de hollín. Los altos tubos de varias chimeneas emergen de las ventanas y sobrepasan las almenas.
Los autobuses de turismo se detienen ante esta estructura, y los guías muestran a los turistas una placa colocada en la pared exterior donde se lee:
EL 2 DE DICIEMBRE DE 1942
EL HOMBRE LOGRÓ AQUÍ
LA PRIMERA REACCIÓN AUTOMÁTICA EN CADENA
INICIANDO CON ELLO
LA LIBERACIÓN CONTROLADA DE LA ENERGÍA NUCLEAR
Es el certificado de nacimiento de la era atómica.