Jack Ryan, the new president's National Security Adviser, sees the problems of peace fully as complex as those of war. Enemies have become friends, friends enemies, and even the form of conflict has changed.
When one of the new enemies prepares to strike not only American territory but the heart of its economy, Ryan, with the help of CIA officers John Clark and Domingo Chavez, must prepare an untested president to meet the challenge. But how? For there is a debt of honor to be paid -- and the price will be terrifyingly high.
Con esta historia Tom Clancy empezó a meterse en la dinámica de hacer historias que no se cerraran al final del libro. El libro acaba con un cliffhanger del tamaño del Capitolio de Washington, y es rápidamente continuado en otro tocho inmensísimo, Órdenes ejecutivas. En esta novela, los japoneses son los malos malísimos que intentan simultáneamente destruir la economía americana con un virus informático que mete movimientos random de compraventa en las bolsas, y aprovechar el desconcierto para tomar las Marianas (!) y destruir dos submarinos nucleares norteamericanos (!!). ¿Cómo puede un país que ha sido laminado por las bombas nucleares tener la audacia de hacerle otra vez lo mismo al mismo país que no dudó en convertirlos en un cementerio nuclear hace no tanto? Pues porque, llora Clancy, los tratados antinucleares con la URSS nos han dejado sin capacidad de hundir Japón en el océano que lo circunda, fíjate qué pobreticos somos. Los japoneses son malos malísimos, unidimensionales, y están todo el día a remojo en sus baños públicos. Jack Ryan es ahora asesor de Seguridad del presidente pero hacia el final de la novela lo ascienden. Dos veces. Una de ellas inesperadamente. El libro vale para lo que vale. No buscamos profundidad en los caracteres, buscamos que las luchas de poder sean creíbles, que los movimientos de tropas y equipos tengan sentido, y que la big picture se entretenida. Y creo que esta novela lo tiene, si excluimos el leve racismo que destila el amigo Clancy.