Este libro es extraño. No extraño, sino diferente. Es un libro de ciencia ficción dura, pero en el que lo más importante parecen ser las emociones y las controversias éticas de los protagonistas. El comienzo es supremo:
Lo sé, lo sé; parecía una locura que los alienígenas hubiesen venido a Toronto. Vale, la ciudad es popular entre los turistas, pero uno pensaría que un ser de otro mundo iría directamente a las Naciones Unidas. O quizás a Washington. ¿En la película de Robert Wise Ultimátum a la Tierra no iba Klaatu directamente a Washington?
En efecto, unos extraterrestres, sospechosamente parecidos a los humanos en cuanto a su forma de pensar y razonar, llegan a la Tierra buscando a un paleontólogo. Quieren que les informe de la historia fósil de la Tierra, para comprobar que también aquí ha habido cinco grandes extinciones como en todos los mundos que han visitado. A Thomas Jericho, paleontólogo jefe del Royal Museum of Ontario, le toca la papeleta.
El libro está muy bien escrito, se lee muy rápido y engancha. El cogollo del libro se presenta cuando los alienígenas le dicen al Dr. Jericho que es obvio que existe Dios, y que todos ellos creen en él. Jericho considera que como científico su misión es ser ateo, a falta de otras pruebas. Esto sucede cuando llevamos pocas páginas, por lo que no les estoy desvelando mucho. El libro narra las idas y venidas intelectuales del alienígena con el humano, mientras se ponen al día de los últimos cientos de millones de años de sus respectivos planetas y otras cosas suceden alrededor. Se nos presenta en todo su esplendor la falacia del Diseño Inteligente, a veces ridiculizada, a veces soltada para "que lo pensemos&". De vez en cuando el Dr. Jericho reflexiona sobre hechos científicos conocidos en la Tierra y nos regala algunos párrafos de divulgación que, la verdad, hacen subir de nivel al libro.
El libro, reitero, está muy bien. Es cogerlo entre las manos y no poder parar. Es rápido y directo. Peca un poco de abuso de drogas alucinógenas hacia el final, pero todos sabemos lo difícil que es terminar bien una novela, sobre todo si ésta empieza con un puñado de seres de ocho patas aterrizando en la puerta delantera de un museo canadiense. El meollo principal son los dilemas éticos del protagonista y las discusiones “fé y razón” sobre la existencia de un dios y de la representación que de él hacen las distintas razas galácticas. Al igual que Sagan planteó como una trama menor en su inmensa Contacto el debate constante entre la Dra. Ellie Arroway y el predicador, aquí los papeles son interpretados por el Dr. Jericho y Hollus, el alienígena que resulta luego ser la alienígena (sólo hay dos sexos en el tercer planeta de β Hydri).
Mi nota: Muy entretenido.