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Paul Davies [PD] es uno de los mejores divulgadores de ciencia que he leído. Le conocí gracias a los libros de ciencia de Salvat, con “El Universo desbocado” y “Dios y la nueva física”, grandes títulos de divulgación. Mi libro favorito sigue siendo “Sobre el tiempo”, en el que habla del tiempo (no del meteorológico, sino del cronológico) desde el punto de vista físico. Impresionante libro. Recuerdo que cuando me fui de mochilero a dar la vuelta a Australia hace cuatro años pasé por la Universidad de Adelaida, para decirle que era el mejor, y me dijeron que en esos días estaba en el centro de astrobiología de Sydney (compaginó ambos cargos un tiempo). Cuando llegué a Sydney, me dijeron que había vuelto a Adelaida. Una pena. O a lo mejor es que me evitó porque está hasta las narices de físicos recién licenciados que peregrinan a Australia a declararle su amor (intelectual, en este caso).
El libro que hoy nos ocupa es un librito muy ameno sobre lo que se sabe actualmente (bueno, sobre lo que se sabía en 2002) acerca del viaje en el tiempo. Las explicaciones son magistralmente simples. No es que ni remotamente me quiera yo comparar con PD, pero tras 400 artículos en CPI, sé lo que es romperse las meninges para que un concepto quede claro y conciso al mismo tiempo. Y no me es nada fácil. Habitualmente doy unas cuantas vueltas, guardo el artículo como borrador, dos días después vuelvo a meterme con ello… así hasta que un día me digo “ahora lo entendería a la primera si lo leyera de nuevas”. Pues PD es un maestro. Tiene el don. Sus explicaciones son perfectas, simples, claras, entretenidas. Y está muy bien traducido, por lo general, aunque inexplicablemente la editorial Crítica (que ha publicado muchos libros suyos) no se haya metido a traducir éste, que es fácil y cortito (y de título atractivo, “cómo construir una máquina del tiempo” nada menos).
El núcleo duro del libro, tras los prolegómenos de divulgación sobre Relatividad especial y General, es que el método más plausible para viajar en el tiempo estos momentos es utilizar los agujeros de gusano, el mismo recurso utilizado por Carl Sagan para su novela Contacto. Hay una historia muy divertida con Carl Sagan y su novela. Como sabrán los que la hayan leído, hacia el final de la novela la protagonista debe emprender un largo viaje interestelar. Sagan no quería usar recursos tipo Star Trek, como el “salto al hiperespacio” o el “electroencabulador telúrico”, así que llamó a su amigo John Wheeler, de la Universidad de Austin, Texas, el mayor experto mundial en Relatividad General e inventor del término “agujero negro”, y le pidió que le encontrara un método rápido y factible de viajar por el Universo con arreglo a las leyes de la física. Wheeler puso a tres becarios a trabajar en el tema, y se puso él mismo a la tarea también. Poco después, habían encontrado soluciones de las ecuaciones de Einstein que permitían conectar dos zonas del universo en principio separadas causalmente: los agujeros de gusano.
Recordemos: nunca se ha visto un agujero de gusano, y ni remotamente poseemos tecnología para fabricarlos. Pero las ecuaciones de Einstein lo permiten, como permitían tantas cosas que luego se han ido observando. Básicamente, un agujero de gusano (wormhole) es un túnel en el espacio-tiempo que comunica dos zonas que no estaban comunicadas. Es posible, debido a las peculiaridades gravitatorias de estos objetos, que el que se introduce en un agujero de estos pueda salir en otro momento del pasado en otro lugar del Universo. Es raro, lo sé, pero más raro es saber que un gato está vivo al 50% y sin embargo la mecánica cuántica se comprueba a diario en los laboratorios de medio mundo.
El libro está muy bien. Las explicaciones son estupendas, hay bastantes ilustraciones aclaratorias y se lee con gusto. Tienen ejemplos de las ilustraciones en esta página, que también comenta el libro. Mi nota: Muy bueno.