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Veinte historias de condenados a muerte en EE.UU. contadas por diversas personas, normalmente los policías que les custodiaron en prisión hasta que les llegó la hora. El libro es un alegato en contra de la pena de muerte. Intercalados con las historias hay de vez en cuando datos sobre el incremento de condenas a muerte en los EE.UU. cuando se reinstauró la pena capital en 1976, indicando que uno de los principales argumentos a favor de la pena de muerte, la disuasión, no funciona.

Hace tiempo, cuando leía cosas de derecho (que me ayuden los lectores versados en leyes, por favor), creo recordar que se establecían dos principales corrientes en derecho penal. Una consideraba que las condenas eran un castigo porque sí. Si la haces la pagas. Otras, consideraban que las penas eran un medio de rehabilitación. Te condenamos para convertirte en mejor persona dentro de la cárcel. Había teorías que juntaban ambas corrientes. Está claro que la pena de muerte no pretende rehabilitar al condenado. En los EE.UU. la rehabilitación de los presos no es la prioridad principal. Sirva como ejemplo una Ley de California, de carácter meramente disuasorio, pero que me choca profundamente: La ley de los “tres strikes”. Si te pillan tres veces trapicheando con costo, o robas tres coches (un par de meses de condena cada uno, si el robo es sin violencia contra las personas), te condenan a 10 años. Strike three. Eliminado. En España esta Ley, creo, sería ilegal, pues implica que al condenarte por un delito están teniendo en cuenta los anteriores, por lo que en realidad por el primer y el segundo delito te están condenando varias veces, violando el non bis in idem (no dos veces por lo mismo).

En España, sobre todo la Ley del menor, es todo lo contrario (y tiene sus problemas, por supuesto). El libro, aunque no entra en estas honduras, hace pensar. Los familiares de las víctimas suelen ser todos favorables a la pena de muerte. De hecho, es uno de los principales factores que hay para conmutar una pena de muerte por una cadena perpetua en los EE.UU.; si la familia le dice al gobernador del estado que salve al reo, se le suele salvar. Pasa pocas veces. Generalmente, los gobernadores no indultan mucho, porque el 80% de la población está a favor de la pena de muerte. Indultar a alguien siempre suele traer malos resultados electorales. Es curioso que sean factores como estos los que determinan una ejecución.

El caso es que por las páginas del libro desfilan veinte psicópatas despreciables. Ninguno decía que era inocente. Sólo uno contaba que no quería matar a nadie, pero que un policía desenfundó en el atraco al banco y tuvo que disparar. Los demás eran enfermos, o sádicos, o psicópatas. Aún así, en la cárcel se comportaban de manera distinta. Desde hacerse la carrera de derecho para autodefenderse, hasta hacerles la vida imposible a los guardias.

El sabor que deja el libro es agridulce. Personalmente, considero la cadena perpetua mejor opción, pues cumple con el objetivo de eliminar el peligro para la sociedad, y elimina la posiblilidad de matar a un inocente. Pero reconozco mi ignorancia en estos temas. En cualquier caso, el libro hace pensar, y eso siempre se agradece. Mi nota: Muy interesante.

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  • 23 September, 2006: Finished reading
  • 23 September, 2006: Reviewed