remo
Written on Jun 2, 1994
1.- Biografía.
Ángel Saavedra y Ramírez de Boquedano nace en Córdoba el 10 de marzo de 1791. Destinado a la carrera militar, cursó estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid. Allí se despertó su vocación literaria.
Cuando España le declaró la guerra a Napoleón corrió a Zaragoza para incorporarse al ejército de los patriotas. Cae gravemente herido en dos ocasiones: en 1809 en la batalla de Ocaña y en 1811 en la batalla de Chiclana, recuperándose en ambas ocasiones y aprovechando sus estancias en los hospitales para dar rienda suelta a su creatividad poética. Se retira con grado de Coronel de caballería, y pasa unos años en Sevilla. Pero la revolución de 1820 le acerca a la política. Actúa en las cortes como diputado por Córdoba.
Al ser de nuevo instaurada la monarquía en España con la llegada al trono de Fernando VII, el autor se ve obligado a salir de España. Acaba en Londres, tras pasar por Gibraltar. Un año después viaja a Malta acompañado de su esposa. En 1830 se traslada a París.
Vuelve a España al morir Fernando VII, en 1833. Fallece en 1834 su hermano mayor, cediéndole de esta manera el título nobiliario de Duque de Rivas. A partir de este momento, nuestro autor se verá envuelto en una espiral ascendente que le conducirá a los más altos cargos y honores: Ingresa en la Real Academia ese mismo año. En 1835 estrena Don Álvaro. Preside el Ateneo y es nombrado ministro de la Gobernación en 1836. En 1837 es nombrado senador por Córdoba, y embajador en Nápoles de 1844 a 1850. En 1852 ingresa en la Real Academia de Historia y en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En 1854 llegó a ser presidente del gobierno, aunque fue durante un exiguo plazo que no llegó a superar las 48 horas. Fue embajador en París durante los años 1857 y 1858. En 1862 preside la Real Academia Española. En 1863 es nombrado presidente del Consejo de Estado.
Tras una larga y fecunda vida, jalonada de éxitos, fallece el Duque de Rivas en junio de 1865.
2.- Época.
Cuando el Duque de Rivas llegaba a su madurez artística, el Romanticismo español estaba ya presente en la sociedad española, preconizado por Mariano José de Larra y su peculiar Romanticismo costumbrista , aunque no del todo asentado. Don Álvaro o la fuerza del sino fue una obra revolucionaria para su tiempo. Algunos historiadores han comparado la “acogida” que tuvo Don Álvaro en España con la que tuvo el Hernani de Víctor Hugo en Francia. Con certeza, Don Álvaro o la fuerza del sino supuso el impulso casi definitivo para la instauración del romanticismo en el teatro español. El honor lo conseguiría un año después la obra El Trovador, de García Gutiérrez.
El Duque de Rivas fue en sus comienzos neoclásico, como demuestran sus primeras obras, las tragedias Aliatar (1816) y Lanuza (1822). Su primera obra de corte romántico fue El moro Expósito o Córdoba y Burgos en el siglo X.
La obra que nos ocupa es una tragedia romántica en toda regla, aunque en ocasiones tan sólo fuera alabada por sus elementos costumbristas. Leopoldo Augusto de Cueto escribió de ella : “... siempre que bebemos a la entrada del puente de Triana el agua de Tomares, siempre que entramos en algún mesón andaluz, vemos representar por los actores de la Naturaleza una parte del Don Álvaro” .
3.- Comentario de la obra.
A. Historia y discurso.
• Historia.
La obra se desarrolla “a mediados del siglo pasado” (XVIII). España se hallaba bajo el reinado de Fernando VI, hermano del que, a su muerte, en 1759, sería Carlos III, a la sazón rey de Nápoles con el nombre de Carlos de Borbón y más tarde rey de España.
Don Álvaro, un indiano de origen misterioso, sin pasado conocido y admirado por la gente de Sevilla, pretende a doña Leonor, única hija del Marqués de Calatrava, quien se opone a la boda por no considerar a don Álvaro digno de su hija, sino más bien un advenedizo. Don Álvaro y Leonor planean su fuga para contraer matrimonio, pero son sorprendidos por el padre de Leo-nor. Don Álvaro le mata accidentalmente, al tirar su pistola al suelo como prueba de que no quería pelear.
Leonor huye a practicar penitencia; don Álvaro, creyéndola muerta, marcha a Italia a combatir, logrando grandes éxitos militares. Los dos hermanos de Leonor juran venganza:
El mayor llega a Italia con otro nombre, buscando al causante de su blasón y su desgracia. Al fin le encuentra, y le reta. Don Álvaro se ve obligado a matarle en el duelo y es condenado a muerte a causa de las duras prohibiciones en contra de los duelos que imperaban en Italia. Pero sus guardianes huyen durante un ataque del enemigo y don Álvaro huye también, jurando retirarse del mundo si logra conservar la vida. Lo hace, e ingresa en un convento de los franciscanos al volver a España. Muy cerca de ese convento se halla Leonor cumpliendo su penitencia, sin que ninguno de los dos sepa del otro. Tras cuatro años de vida ejemplar, don Álvaro es localizado por el segundo hermano de Leonor, don Alfonso Vargas , y se ve de nuevo obligado a batirse con él en duelo, hiriéndolo mortalmente. En ese momento Leonor se da cuenta de lo que está sucediendo y acude a socorrer a su hermano. Éste, creyendo que los amantes seguían aún confabulados, apuñala con sus ultimas fuerza a Leonor, que muere en los brazos de don Álvaro. Don Álvaro enloquece entonces y se quita la vida tirándose desde unos riscos.
• Discurso.
El discurso es prácticamente igual que la historia. Los acontecimientos son narrados en el orden en que suceden, y rara vez sabe más el personaje que el lector, o viceversa. Como única excepción, sabemos que Leonor está viva en un convento cuando don Álvaro la cree muerta. Pero, por ejemplo, no sabe-mos que don Félix de Avendaña (nombre inspirado por una obra de Cervantes), el teniente coronel de caballería a quien don Álvaro salva de una trifulca comprometida, es en realidad don Carlos Vargas, hijo del Marqués de Calatrava, hasta que él mismo se lo dice a don Álvaro cuando éste yace con un pie en el otro mundo.
El hecho de que don Álvaro ignore el auténtico paradero de Leonor es vital para el desarrollo de la obra. Él nunca habría partido hacia Nápoles si hubiera sabido que Leonor se hallaba con vida. Pero el resto de los acontecimientos estaban forzados a suceder. No influye que don Carlos Vargas oculte su identidad: tarde o temprano se habrían encontrado don Álvaro y él, y el duelo habría sido inevitable.
B. Estructura de la obra.
La obra está compuesta por cinco actos o jornadas, cada una de las cuales se subdivide a su vez en escenas: ocho en las jornadas 1ª, 2ª y 4ª, nueve en la 3ª y once en la última.
En la obra se alternan prosa y verso con un orden bien definido; en ver-so están las escenas de rigor argumental y en prosa las escenas costumbristas. Nunca suelen coincidir prosa y verso en la misma escena; sólo lo hacen en dos ocasiones (1ª jornada, VII ; 5ª, IX). A lo largo de la obra se revive la polimetría del teatro español de la Edad de Oro, con excepción de los sonetos, los tercetos y las octavas reales, de los que carece Don Álvaro. Predominan las redondillas y los romances octosílabos, con frecuentes cambios en las asonancias para evitar la monotonía. El endecasílabo, típico de la tragedia neoclásica - en el que estaban íntegramente compuestas las obras Aliatar y Lanuza -, está escasamente representado.
C. Espacio y Tiempo.
En sus anteriores obras, Aliatar y Lanuza, el Duque de Rivas había respetado las normas; la acción en Lanuza comienza al amanecer y concluye al anochecer y las dos son obras de corte clásico. Sin embargo, Don Álvaro transgrede las normas neoclásicas de las tres unidades. Las conculca deliberadamente. Nada más lejos de la unidad de lugar que un drama que se desarrolla, sucesivamente, en Sevilla y sus alrededores, en el pueblo de Hornachuelos (Córdoba), en Italia y otra vez en España. Contra la unidad de tiempo nos encontramos con que la obra se extiende durante más de cinco años. Y la unidad de acción se quiebra reiteradamente con pintorescas escenas costumbristas, llenas de colorido local, tan del gusto romántico. Mezclar lo trágico y elevado con lo festivo y lo cómico tampoco lo admitían los preceptistas, pero ya lo habían practicado nuestros dramaturgos de la Edad de Oro.
4.- Los personajes.
Los personajes principales están poco definidos, siguiendo las normas del Romanticismo, y, por lo tanto, sus cualidades no están matizadas. Si alguien es un villano, será el peor villano del mundo. Por esto don Álvaro aparece como invencible a manos humanas, siendo el Destino el que finalmente le derrota. Doña Leonor posee una capacidad de autoflagelación superlativa, y los hijos del Marqués de Calatrava, cada uno de los cuales disfruta del título durante un breve lapso de tiempo, no conocen barreras a la hora de buscar la venganza.
En la obra intervienen 56 personajes, la mayoría de los cuales contribuyen al realismo en las escenas costumbristas.
- Don Álvaro. Paradigma de la nobleza llevada hasta sus últimas consecuencias. Encarna al héroe dotado por los dioses de grandes cualidades y es por ello acreedor de mayores desgracias que el resto de los hombres. Su vida transcurre al dictado de su corazón y sus sentimientos, sin que por ello mermen su bon-dad ni su sentido del deber. Cuando llega a Sevilla, se dice de él que es “todo un hombre”, “generoso y galán”, “el mejor torero de España”, “buen cristiano y caritativo”... Al marchar a Nápoles a combatir, alcanza la reputación de “bizarro militar”, “prez de España” y “flor del ejército”. Cuando se retira al convento, el padre Guardián lo define como “un siervo de Dios a quien todos deberíamos imitar”.
Don Álvaro es, pues, la víctima perfecta para la fatalidad: alguien bueno, honrado, bravo y valiente, que recibe por parte del sino los más codiciados triunfos agriados por los más crueles golpes y desengaños.
- Leonor. Es una mujer nacida para el dolor. “Representa la lealtad femenina y es dadora de un amor purificado por el sufrimiento”. “Su amor la lleva al sentimiento de culpa, que da lugar a la penitencia, en la cual encuentra la muerte”.
Leonor sufre durante el resto de su vida la pesada carga de sentirse culpable por lo ocurrido. No por el accidente, del cual absolvía a don Álvaro, sino por la desobediencia hacia su padre que provocó que los acontecimientos se precipita-ran inexorablemente hacia la tragedia. Cree que su dolor puede ser mitigado, al ser su pecado redimido, si renuncia a la vida. Pero ella misma se resiste a ingresar en un convento de clausura. No tiene vocación. Tan sólo desea renunciar al mundo para lavar su ofensa. Encontramos este rasgo en don Álvaro también.
- Marqués de Calatrava. Prototipo de padre autoritario que sólo quiere lo mejor para su hija, creyendo que lo mejor para ella es lo que él cree que es lo mejor para ella. Su oposición frontal a la boda fuerza el rapto de Leonor por parte de don Álvaro y la subsiguiente tragedia.
- Don Carlos Vargas. Primogénito del Marqués de Calatrava. En él se hace pa-tente la irracionalidad que el odio provoca en las personas. Don Carlos ve salvada su vida por don Fadrique de Herreros, caballero al que, por su nobleza y bravura, pronto toma un sincero y grande aprecio. Mas, al descubrir quién se oculta tras ese nombre, toda su admiración se troca en deseos de venganza. No hay ni un resquicio de perdón. Mantiene don Carlos, sin embargo, su honor, al no permitirse abrir el sobre que don Fadrique- don Álvaro le había confiado. Su hermano menor, don Alfonso Vargas, aparece retratado con exactamente la misma personalidad.
El resto de los personajes gozan de menor importancia en el desarrollo de la trama argumental de la obra, y son introducidos principalmente para dar consistencia a las escenas costumbristas, tan necesitadas de colorido y vitalidad. Son muy variados, y cada uno refleja “un estado social diferente y al mismo tiempo una modulación diversa de la unidad del destino. El Duque de Rivas, como los románticos en general, se propone abarcar al individuo por completo, pero no de una manera total, sino parcial, y a la sociedad en su particularidad, apoyándose precisamente en los extremos”.
5.- Técnica y estilo.
En la obra aparecen claramente definidas las principales características del teatro romántico. Se unen prosa y verso polimétrico. Se alterna lo patético con rasgos de sabor cómico, y la idealización más desaforada con cuadros realistas de costumbres. Se infringen las tres unidades y en lugar de una equilibrada estructura encontramos una vertiginosa y desordenada sucesión de escenas que terminan con un desenlace precipitado. Encontramos en el siguiente fragmento una magnífica y concisa descripción: “ En conjunto, el Don Álvaro tiene todos los defectos de una improvisación romántica - desorden, efectismo, inverosimilitud, caracterización primaria de los personajes- , pero el acentuado dinamismo de la acción, su fuerza trágica y su intenso lirismo hacen de él el drama más sugestivo de la época”.
6.- Posibles interpretaciones y significaciones.
A causa de la terrible influencia que el destino tuvo sobre don Álvaro, en un principio los amigos del Duque de Rivas le dieron a esta obra el sobrenombre de El Edipo del cristianismo, aunque en realidad las actitudes de los dos personajes son distintas en fondo y forma. Edipo intenta huir de la fatalidad a toda costa, tan pronto como cobra conocimiento de su proximidad. Don Álvaro desafía a la fatalidad: intenta raptar a Leonor, acepta los desafíos de sus hermanos y, en fin, toma una parte de riesgo.
También se habló del fatalismo musulmán, de cierto arraigo entre los andaluces. “Todo está escrito”, “Nadie puede escapar a su suerte”, son frases corrientes. Hay gente de buena o de mala estrella. La fatalidad sería, por tanto, el verdadero tema de Don Álvaro, fuera de la libertad cristiana, premisa de la libertad de nuestros actos.
No opinaba así el autor Manuel Cañete: “El Duque de Rivas no abandona a su héroe a los horrores de una predestinación vital inevitable como la del Edipo, sino que se le condena a experimentar las consecuencias del fatalismo del error voluntario, digámoslo así, que por una sucesión infalible nos precipita de abismo en abismo cuando la razón no nos detiene al borde de ninguno de ellos”.
La última frase de la obra encarna bien lo que es el Romanticismo, que para mucha gente sigue siendo una cenita y una rosa:
¡Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción!