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Su hija Michelle comenta por bloques las cartas, ordenadas cronológicamente y según las distintas fases de la vida de Feynman. Tal y como me recomendaron, llevaba marcapáginas de sobra. El consejo era de lo más acertado. En esta colección de cartas vemos a un hombre íntegro, divertido y sabio. Un tío dotado con una inteligencia poderosa y, sobre todo, con ganas de juerga (su inteligencia. Luego él la seguía). Decía que uno de sus deseos era olvidar cómo había resuelto algunos problemas para poder resolverlos otra vez de manera diferente.
Se casó joven con su novia del instituto, enferma de tuberculosis, con la oposición de sus padres. Ella murió al poco tiempo mientras él trabajaba en la bomba atómica en Los Álamos, Nuevo México. Durante este tiempo ella estaba ingresada en un hospital cerca de la base militar, y él la visitaba cada vez que podía, además de escribirse a diario. La mejor carta, sobrecogedora, es una que Feynman le escribió a Arline, su mujer, dos años después de que ella falleciera. Michelle anota en un comentario que el papel en que está escrita la carta aparece doblado y desgastado, como si se hubiera leído muchas veces:
Arline:
Te adoro, preciosa. Sé lo mucho que te gusta escucharlo. Pero no te lo digo sólo porque te guste. Te lo digo porque me hace sentir un calorcillo por dentro cuando lo hago.
Hace muchísimo tiempo que no te escribo, casi dos años, pero sé que me perdonarás porque me conoces y sabes que soy tozudo y realista, y no le veía mucho sentido a escribirte.
Pero ahora sé, amada esposa, que lo correcto es hacer lo que he venido retrasando tanto tiempo y que antes hacía tan a menudo. Quiero decirte que te quiero. Quiero quererte. Siempre te querré.
Me es difícil comprender qué significa quererte cuando ya te has muerto, pero aún así quiero consolarte y cuidarte, y quiero que tú me consueles y me cuides a mí. Quiero tener problemas de los que hablar contigo. Quiero hacer pequeñas cosas contigo. Hasta ahora no me había dado cuenta de que podíamos hacer cosas juntos. ¿Qué podríamos hacer? Juntos empezamos a aprender a coser, aprendimos chino y nos compramos un proyector de películas. ¿Puedo hacer algo yo ahora? No. Tú eras la mujer de las ideas y la instigadora general de todas nuestras locuras.
Cuando estabas enferma te preocupabas porque creías que no podías darme algo que querías darme y que pensabas que yo necesitaba. No tenías que preocuparte. Como yo te decía, te quiero tanto y de tantas maneras distintas que no me faltaba de nada. Y ahora es más cierto que nunca. No puedes darme nada y aún así te quiero tanto que sigues estando en el camino de mi enamoramiento hacia cualquier otra. Y quiero que siga siendo así. Tú, muerta, eres mejor que ninguna otra viva.
Sé que me dirás que soy tonto y que lo que deseas es mi felicidad, y que no quieres interponerte en mi camino. Seguro que te sorprende saber que no tengo novia (salvo tú, cariño) dos años después. Pero tu no puedes hacer nada, querida, ni yo tampoco. No puedo entenderlo, porque he conocido a muchas chicas estupendas y no quiero quedarme solo, pero al cabo de dos o tres citas ellas se convierten en cenizas. Tú eres lo único que me queda. Tú eres real.
Amada esposa, te adoro de verdad.
Amo a mi mujer. Mi mujer está muerta.
Rich.
P.S.: Por favor, perdóname que no te envíe esta carta. No sé tu nueva dirección.
Con el tiempo, Feynman volvería a casarse. Tuvo un segundo matrimonio breve y años después se casó con una inglesa, con quien tuvo a su hijo Carl (físico, como él, y con quien investigaría bastante en computación cuántica) y adoptó a su hija Michelle.
El meollo del libro empieza cuando a Feynman le dan el premio Nobel y se convierte en una figura pública. Ya lo era antes, pues solía aparecer en la tele en programas de divulgación. Entre los estudiantes de física, y especialmente los del Caltech, Feynman era una leyenda mucho antes de que le dieran el Nobel. Tiene un libro de texto, en tres tomos, “The Feynman Lectures in Physics” (Las conferencias de Física de Feynman), que todo físico ha leído o está a punto de leer.
Feynman recibe miles de cartas, y contesta muchas de ellas. Contesta incluso a los trolls que le acusan de salir en la tele para hacerse más famoso. Contesta a los niños que le preguntan cómo ser un gran científico. Contesta a los científicos que le preguntan cómo ser un gran científico. En todas sus respuestas se ve que Feynman no es físico por dinero, prestigio ni fama. Es físico porque se divierte. Feynman se metió en la comisión evaluadora de libros de texto de California, para dar su opinión sobre los libros de matemáticas y física de primaria. La transmisión del conocimiento fue una de sus principales prioridades. Rechazó una oferta el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (donde a la sazón estaba Einstein) porque allí no podía dar clase, no había alumnos, y él decía que si por algún casual perdía la inspiración, necesitaba dar clases para así, al menos, ser útil a la sociedad. Qué gran ejemplo de divulgador, estimados lectores. ¿Se acuerdan de la peli “Quiero ser como Beckham?”, Bueno, pues yo iría a ver diez veces “Quiero ser como Feynman” (Explain it like Feynman, en inglés, contrapuesto al Bend it like Beckham de la película original).
También hay cartas muy divertidas. Feynman tenía un viejo pique con los matemáticos desde sus tiempos de la universidad. Decía que “si pones un teormea matemático en palabras de la calle, queda algo ridículamente obvio”. Por ejemplo, tomemos el Teorema de Bolzano: Si f(x) es continua en un intervalo y cambia de signo en el interior del mismo, existe un punto c perteneciente al intervalo en el que f(x)=0. En palabras de la calle, esto queda “Si ahora es de día y luego es de noche, en algun momento ha anochecido”. O bien “Si ahora estás en la playa y luego estás buceando, en algún momento habrás cruzado la superficie del mar”. Era un cachondo, el Feynman. Un ex-alumno suyo le escribió cuando ganó el Nobel. Era decano de la facultad de matemáticas de una prestigiosa universidad y le escribía para felicitarle y darle las gracias por sus clases, que lo habían llevado hasta el cargo que ocupaba. Feynman respondió diciendo que “Veo que mis clases no sirvieron para nada, pues has acabado dirigiendo una facultad de matemáticas. Seguiremos intentándolo”.
Otra carta divertida es la que le mandó su editorial (Addison-Wesley) cuando ganó el Nobel. “Felicidades por el Nobel. Por fin en Suecia reconocen un buen libro de texto”. La respuesta de Feynman: “Muchísimas gracias. No tenía ni idea de la enorme influencia que teníais sobre el comité de los Nobel. Prometo no vover a subestimar el poder de una editorial. Gracias a todos los que habéis ideado y ejecutado esta fabulosa maniobra publicitaria”. Un crack, como les digo.
Una carta más, bastante reveladora. De Feynman a la comisión que otorga el premio Einstein, que le pedía su opinión sobre Hawking: “Creo sinceramente que el trabajo del Dr. Stephen Hawking le hace acreedor del premio Einstein”. (Se lo dieron).
Feynman murió de cáncer en 1988. Incluso al morir demostró genio y figura. Ingresado en el hospital, tuvo un fallo renal y entró en coma unos días, tras los cuales se despertó. Su mujer, su hermana y su cuñada estaban con él. Sus últimas palabras, antes de volver a sumirse en la negrura de la que ya no volvería, fueron:
Odiaría tener que morirme dos veces. Es aburridísimo.